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Vía crucis de la obediencia

 

Primera estación: Jesús es condenado a la muerte

Jesús es condenado y Se deja condenar a la muerte, sometiéndose plenamente a la Voluntad del Padre.

Obediencia es renuncia a su voluntad propia para cumplir la santa voluntad del Dios. Es un camino seguro que el propio Jesucristo escogió en Su vida terrestre hasta Su muerte dolorosa en la Cruz. Cuanto más nos sujetamos, no teniendo otro querer sino el de nuestros superiores, más imperio iremos adquiriendo sobre nuestra voluntad, a fin de la conformar totalmente con la de Dios. 

(Silencio)

 

D – Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí este cáliz; 

T - pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya (Lc 22,42).

 

Nos creaste para Ti, Señor, para cumplir Tu Voluntad, para tener comunión contigo en el modo de pensar y actuar. Danos el verdadero espíritu de obediencia y de sumisión a Tu Voluntad en todo, no por un pensar teórico del intelecto, sino por una adhesión interior del corazón.

 

 

Segunda estación: Jesús recibe la cruz

Jesús recibe la Cruz en obediencia a los soldados, sin rechazar la injusticia de sufrir sin culpa. Con fidelidad y perseverancia carga Su Cruz, enseñándonos a hacer lo mismo, a seguir Sus pasos cuando la vida se hace difícil y pesada.

(Silencio)

 

D – Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, 

T - y orad por los que os calumnian y os persiguen (Mt 5,45).

 

Oh Jesús, que asumiste Tu Cruz con mucho Amor y prontitud, ayúdanos a aceptar la Voluntad del Padre a la Cruz y cargarla como Tú: sin murmuraciones y quejas, sin procurar una vida más fácil y agradable a nosotros, en silencio y por amor. Enséñanos que el sufrir es balanza para pesar nuestra fidelidad en la misión que Dios nos ha confiado.

 

 

Tercera estación: Jesús cae por primera vez

Jesús cae donde no se obedece, no se perdona y no se reconoce que cada pecado ofende a Dios.

Desobedecer significa: salir del plan de Dios, hacer lo contrario de lo que Dios quiere, seguir sus propias ideas y su propia voluntad, sin respectar la santa Voluntad de Dios. Es necesario renunciar al egoísmo y a al yo, para estar libre para los proyectos de Dios con nuestra vida.

(Silencio)

 

D – Somos embajadores de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en Nombre de Cristo: 

T - Reconciliaos a Dios (2 Cor 5,20).

 

Señor, quita de nosotros toda soberbia que no quiere someterse a otros, que quiere dejar reinar la propia voluntad en nuestras vidas y que impide Tu obra en nosotros. Quita de nosotros todo orgullo que nos hace creer de no ser capaz de pecar gravemente por una desobediencia a Tus leyes, y danos la humildad de reconocer con sinceridad nuestras faltas y limitaciones. 

 

Cuarta estación: Jesús encuentra Su Madre

La obediencia de la Virgen Santísima es una perfecta imitación de la obediencia de Cristo que es fiel al proyecto del Padre hasta la muerte en la Cruz.

María ha cumplido la santa Voluntad de Dios de la maniera más perfecta posible para una creatura: siempre y en toda parte la cumplió en el momento cierto, jamás atrasada, jamás precipitada, haciendo siempre en el momento cierto la cosa cierta y con toda intensidad del corazón.

(Silencio)

 

D – María dijo: He aquí la esclava del Señor; 

T - hágase conmigo conforme a tu palabra (Lc 1,38).

 

Virgen siempre dócil y obediente, enséñanos la verdadera obediencia por el consentimiento interior de la voluntad, aceptando las cruces de la vida como posibilidad de crecer y agradar a Dios.

 

Quinta estación: Simón Cirineo ayuda a cargar la cruz

Simón ayuda a Jesús involuntaria-, pero eficazmente. Nosotros debemos servir al prójimo voluntaria- y conscientemente, por amor y en espíritu de obediencia, obedeciendo de cierto modo uno al otro por caridad. Así, cada uno se torna una fuente de bien para el otro y una maniera de ser otro Simón para su prójimo.

(Silencio)

 

D – A cualquiera que te cargare por una milla, 

T - ve con él dos. 

D - Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de ti prestado, 

T - no se lo rehúses (Mt 5,41s).

 

Oh Jesús que viniste a servir y no a ser servido, concede a todos el espíritu de obediencia y de servicio por amor, procurando siempre el bien del prójimo. Haznos comprender que Tú, el supremo Bien, nos has creado para hacer el bien, para servir y amar sin fin.

 

Sexta estación: Verónica enjuga el rostro de Jesús

Mirando al Rostro de Cristo, Verónica se compadece y Le da su pañuelo para secar el sudor y la sangre.

Mirar al rostro de Cristo hoy significa: mirar a la jerarquía eclesiástica, integrarse, someterse y obedecer. “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene la Iglesia por Madre”, dijo San Cipriano de Cartago. No se puede amar completamente a Cristo sin amar a Su representante en la tierra, al dulce Cristo en la tierra. Si no amas al Papa y no le deseas el bien, aún no amas a Cristo como se merece. El que odia al Papa, odia al Dios del Amor. No seamos cómplices de la cultura del odio, de la mentira y de la muerte.

(Silencio)

 

D – El que a vosotros escucha, 

T - a Mí Me escucha, 

D - y el que a vosotros rechaza, 

T - a Mí Me rechaza; 

D - y el que a Mí Me rechaza, 

T - rechaza al que Me envió (Lc 10,16).

 

Oh Jesús que fundaste Tu Iglesia sobre la roca de San Pedro, da a todos un profundo amor al Papa y a la jerarquía eclesiástica, el espíritu de obediencia, respeto y reverencia, y la gracia de hablar bien de los ministros Tuyos en la jerarquía, de defender y estimar el magisterio de la Iglesia y de vivir también exteriormente la adhesión interior a la verdad de la fe. Haznos Apóstoles de Tu Iglesia una, santa, católica y apostólica.

 

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

Jesús cae por las almas rebeldes que siempre critican todo, hablan mal de todos – menos de sí mismo -, y no consiguen ver nada de bueno en el prójimo y en los superiores.

Sin obediencia y humildad no es posible agradar a Dios. Una persona que considera al prójimo como un don de Dios, se hace grata; y la gratitud es la más bella flor del cristianismo. Almas que aman el bien, saben obedecer con alegría y prontitud, con disponibilidad y perfección, porque salieron de su egoísmo y saben servir por amor.

(Silencio)

 

D – Un discípulo no está por encima del maestro, 

T - ni un siervo por encima de su señor (Mt 10,24).

 

Espíritu Santo, inspira a todas las almas aquel espíritu de amor que obedece con adhesión interior del corazón, que vive por la fe, que alimenta el celo por el bien y huye de todo el negativismo, de todo espíritu de crítica y malos comentarios. Que Tu gracia haga de todo cristiano un Apóstol de la verdad, obediencia, virtud y perfección. 

 

Octava estación: Jesús encuentra las mujeres

Por amor, las mujeres de Jerusalén lloran sobre Jesús. Por Amor, Jesús tiene misericordia de ellas y de sus hijos, indicando la verdadera razón de Sus sufrimientos: el pecado del mundo durante generaciones.

Sin el amor, no podemos obtener nada de constructivo. El amor da esperanza y fuerzas para luchar. El amor alegrase por la victoria y se entristece por el mal. El amor abre caminos para crecimientos y para la conversión, supera heridas, alimenta el espíritu de oración y de perdón, quita el orgullo y nos hace mansos y humildes de corazón.

(Silencio)

 

D – Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí; 

T - llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos (Lc 23,28).

 

Oh Jesús, Tu misericordia es movida por el Amor que quita los obstáculos para la reconciliación. Y la reconciliación es la única vía histórica para la comunión. Haznos conocer mejor la verdadera gravedad del pecado que Te hizo sufrir tanto, y llena nuestros corazones con Tu Amor que perdona sin fin.

 

Nona estación: Jesús cae por tercera vez

Jesús cae en las almas que no tienen humildad y, por eso, no se someten a superiores y autoridades legítimas. Al contrario, toda vida de Jesús y toda Su Pasión eran el fruto de la obediencia más perfecta que existe, amándonos hasta la muerte.

(Silencio)

 

D – Mi comida es que haga la voluntad del que Me envió, 

T - y que acabe Su obra (Jn 4,34).

D - No puede el Hijo hacer nada de Sí mismo, sino lo que viere hacer al Padre; 

T - porque todo lo que Él hace, esto también hace el Hijo juntamente (Jn 5,19).

D - No puedo Yo de Mí mismo hacer nada; como oigo, juzgo; y Mi juicio es justo, porque no busco Mi voluntad, 

T - sino la voluntad del que Me envió, del Padre (Jn 5,30).

 

Oh Jesús, toda Tu vida era una expresión de Tu humildad y obediencia al Padre. Es por Tu obediencia que has reparado la desobediencia de Adán y has expiado su pecado. Transforma nuestra rebeldía en obediencia, nuestro orgullo en humildad, nuestra aversión en caridad. Haznos dóciles, humildes y obedientes, a fin de que seamos instrumentos vivos para Tus planes con nosotros y la humanidad.

 

Décima estación: Jesús es despojado de las vestiduras

Jesús es despojado de Sus vestidos, y mucho más todavía despojado de Su Divinidad y gloria, de Su Voluntad humana y del deseo natural de querer justificarse.

Cuanto más uno se siente ofendido, tanto menos está dispuesto a perdonar. El que ama profundamente como Jesús, sabe perdonar la mayor injusticia, mostrando que hay valores muy superiores a la venganza. Cuando Dios quiere algo, debemos siempre obedecer, sin preguntar “¿por qué?” o “¿para qué?”, sin procurar desvíos o disculpas, sin justificarnos o sin querer saber mejor qué es que debe ser hecho o no. Este despojamiento del yo es una imitación perfecta de Cristo en Su Pasión y de Su actitud fundamental en relación al Padre.

(Silencio)

 

D – Yo también soy hombre bajo autoridad, con soldados a mis órdenes; y digo a éste: "Ve", y va; y al otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: 

T - "Haz esto", y lo hace (Mt 8,9).

 

Despójame, Señor, de mi voluntad, de mi yo con sus deseos e imaginaciones, de mi soberbia y deseo de grandeza, de mi aversión a la cruz y dolores, de mis resistencias contra otros, de mi miedo del futuro, en fin, de todo que no viene de Ti y no me lleva hacia Ti. Hágase en todo Tu santa Voluntad, aún en las cosas más pequeñas de cada día.

 

Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz

En obediencia al Padre, Jesús sacrifica Su última libertad de poder mover Su Cuerpo, dejándose clavar en la Cruz. A pesar de tener la potestad divina de poder librarse de toda Cruz y Pasión, Jesús no ha evitado el sufrimiento, sino lo aceptó en plena conformidad con la santa Voluntad del Padre. 

(Silencio)

 

D – Cuando levantareis al Hijo del Hombre, entonces entenderéis que YO SOY, 

T - y que nada hago de Mí mismo; 

D - mas como Mi Padre Me enseñó, esto hablo. Porque El que Me envió, conmigo está; 

T - no Me ha dejado solo el Padre; 

D - porque Yo, lo que a Él agrada, 

T - hago siempre (Jn 8,28s).

 

Oh Jesús, en Tu crucifixión, la mansedumbre ha vencido la agresividad, la paciencia el rencor, la disciplina la revuelta, la humildad nuestra soberbia, el perdón el espíritu de perversidad. Haznos mansos y humildes de corazón como Tú, sencillos y dóciles, abiertos para Tu gracia y cerrados para el mal y el pecado.

 

Duodécima estación: Jesús expira en la cruz

Entre dolores terribles, Jesús persevera en Su agonía por tres horas en la Cruz, siempre obediente al proyecto del Padre, sintiéndose hasta abandonado por Él.

La reconciliación ha costado el precio alto de la humillación del Hijo de Dios, que prefirió ser crucificado que abandonar Su misión de librarnos del mal y del pecado. Sin el perdón no entendemos la historia de la redención. El perdón es fruto del Amor divino para con nosotros y de nuestro amor a los demás, y la reconciliación es su señal.

(Silencio)

 

D – Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en el Cristo Jesús; 

T - que siendo Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios; 

D - sin embargo, se anonadó a Sí mismo, tomando forma de siervo, 

T - hecho semejante a los hombres; 

D - y hallado en la condición como hombre, Se humilló a sí mismo, 

T - hecho obediente hasta la muerte, y muerte de la Cruz (Fil 2,5-8).

 

Oh Jesús, a través de la Cruz realizaste la reconciliación una vez por todas. Danos la gracia de contemplar con cada vez mayor profundidad el misterio de la Cruz, Tu obediencia hasta la muerte, Tu obra de redención, Tu renuncia a carreras en el mundo, estando contente con el último lugar de malhechor. Haz crecer en nosotros el espíritu de sumisión y de obediencia, ahora y hasta la hora de nuestra muerte. 

 

Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz

Jesús es obediente hasta después de Su muerte dolorosa. Su Cuerpo reposa en las manos de Su Madre, y es entregue en las manos de los hombres, en plena disposición a ser hecho lo que ellos quieren.

El Cuerpo Eucarístico, del mismo modo, es obediente a todo lo que los hombres quieren hacer con Él. Es un Cuerpo vivo – no como él que es sepultado -, pero entregue a la voluntad de los hombres.

(Silencio)

 

D – ¿Se complace el Señor tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del Señor? He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, 

T - y el prestar atención, que la grosura de los carneros (Sam 15,22).

 

Oh Jesús, siempre obediente hasta las últimas consecuencias, danos Tu espíritu de obediencia, de sumisión y prontitud a sufrir. Concédenos la gracia de no solamente perdonar, sino de pedir perdón. Danos un corazón nuevo, hecho de acuerdo con el Tuyo, capaz de perdonar como Tú, lleno de misericordia, humildad y caridad.

 

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado

Jesús fue obediente hasta la muerte en la Cruz. Aún después de la muerte dejó hacer a los hombres lo que quisieron hacer con Él.

La obediencia es renuncia al yo para hacer lo que manda el “tú”. Después de la escucha viene como respuesta la prontitud para la obediencia. El que actúa en obediencia, no necesita prestar cuentas delante de Dios por lo que hizo, porque el propio mandato de los superiores ya es una manifestación de la voluntad de Dios.

(Silencio)

 

D – Cristo Se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, 

T - y muerte de cruz (cf. Fil 2,8).

 

Enséñanos, Señor, la caridad perfecta que obedece con perfección, dedicación y alegría, ya que solo obedece el que ama. Danos también la conciencia que la obediencia nos abre la puerta del cielo en la eternidad feliz, y que en los cielos todos son felices en poder obedecerte en todo, por amor y con perfección. Amén.

Vía crucis de la caridad

 

Primera estación: Jesús es condenado a la muerte

Jesús es condenado a la muerte por el odio de los que no aceptan Su Verdad. Donde falta la caridad reina la mentira manifestada en las acusaciones falsas que Lo llevaron a la muerte.

La caridad se muestra más en obras que en palabras. En la difusión del Evangelio es importante vivir primero lo que se anuncia, ser espejo de la caridad divina. Es que los hombres creen más en lo que ven que en lo que escuchan.

(Silencio)

D – La caridad es paciente, es benevolente; 

T - la caridad no tiene envidia, no se ostenta, no se llena de orgullo; 

D - no hace nada de inconveniente, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; 

T - no se alegra con la injusticia, sino se regocija con la verdad (1 Cor 13,4-5).

Tu Verdad nos liberta, Señor, Tu Amor nos une, Tu gracia nos santifica. Abre nuestros corazones para Tu luz, Tu Amor y Tu gracia, y haznos dóciles a Tu voz y a la de nuestro Santo Ángel, a fin de que seamos Tus instrumentos vivos para Tus planes.

Segunda estación: Jesús recibe la cruz

Vivir la caridad significa: confrontarse con la realidad de la Cruz, aceptarla y cargarla con todas las consecuencias. “La propia naturaleza del amor exige opciones de vida definitivas e irrevocables. … no tengáis miedo de escoger el amor como regla suprema de la vida. ¡No tengáis miedo de amar Cristo en el sacerdocio y, si sentiréis en el corazón la llamada del Señor, seguirlo en esta extraordinaria aventura de amor, abandonándoos con confianza a Él! ¡No tengáis miedo de formar familias cristianas que viven el amor fiel, indisoluble y abierto a la vida! Testimoniad que el amor, tal como lo vivió Cristo y lo enseña el Magisterio de la Iglesia, de nada priva nuestra felicidad, mas al contrario dona aquella alegría profunda que Cristo prometió a Sus discípulos” (Benedicto XVI).

(Silencio)

D – La caridad todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, 

T - todo lo soporta (1 Cor 13,7).

Enséñanos, Señor, que la caridad es el camino de la perfección y el cumplimiento de toda ley y de los profetas. Tú, oh Jesús, eres la Caridad encarnada que el Padre nos dio. Danos esta alegría sobre el bien del prójimo, que vence todo egoísmo, envidia y cualquier otro mal.

Tercera estación: Jesús cae por primera vez

 

Cuánto más pesada una cruz es, tanto más amor se exige para cargarla. Jesús supo cargar la Cruz más pesada del pecado del mundo entero, porque Él no solamente tiene amor, sino es el Amor en Su Persona. 

Para nosotros, el amor a Dios y al prójimo es un motor poderoso, capaz de ofrecer una energía auténtica que podrá irrigar el conjunto de los ambientes sociales y el propio suelo de la Iglesia. Para cargar nuestras cruces con valor y decisión y para levantarnos cada vez de nuevo cuando caímos, tenemos que llenar nuestros corazones con el Amor divino, a fin de que tengamos la fuerza dinámica de vivir la caridad en todas las situaciones de la vida.

(Silencio)

D – Nosotros somos necios por amor de Cristo,

T – mas vosotros, prudentes en Cristo (1 Cor 1,10).

Llena nuestros corazones humanos con Tu Amor divino, Señor. Haznos sensibles por las necesidades del prójimo, y danos la gracia de procurar en todo el bien, sin recelo del sacrificio y de la cruz.

Cuarta estación: Jesús encuentra Su Madre

 

En el Corazón de María habita la caridad de Dios. Esta caridad materna procura más el bien de los otros que el de sí mismo. Esa caridad alimenta en el alma el espíritu de oración y de penitencia, el deseo de ayudar a los necesitados y la prontitud de sufrir, cuando Dios lo quiere.

Pero, ¿soy realmente capaz de amar hasta el punto de querer sufrir? ¿Tengo un corazón de una madre que sufre por sus hijos, sin contar los sacrificios y esfuerzos? ¿Perdono de verdad – totalmente, radicalmente y para siempre?

(Silencio)

D – ¿Quién nos separará del amor de Cristo?

T - ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? (Rm 8,35).

Haznos amar como tú, oh Madre, con desinterés, perfección y por motivos sobrenaturales. Concédenos tu generosidad en servir, tu caridad materna que atrae, tu espíritu de sacrificio y tu “sí” a la Cruz.

Quinta estación: Simón Cirineo ayuda a cargar la cruz

 

Simón ayudó forzadamente; Jesús nos enseña servir por amor. Nuestra caridad no se manifiesta tanto en palabras, sino en gestos concretos y generosos. El espíritu de mortificación crece con el deseo de oración y de íntima comunión con la Pasión de Cristo y con Su Sacrificio Redentor.

(Silencio)

D – Si repartiese todos mis bienes con los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, 

T - de nada me sirve (1 Cor 13,3).

Señor, alimenta en nuestras almas aquel espíritu que actúa por motivos sobrenaturales, realmente por amor a Ti y a los hermanos, y quita de nosotros toda vanidad que quiere aparecer como algo especial. Haznos simples, humildes, y llena nuestros corazones con Tu Amor divino, a fin de que sirvamos al prójimo como otro Simón.

Sexta estación: Verónica enjuga el rostro de Jesús

 

“Ayudar los otros a descubrir el verdadero Rostro de Dios es la primera forma de caridad … de caridad intelectual” (Benedicto XVI). Transmitir la verdad es una obra de misericordia y de caridad. La ignorancia crea preconceptos, oposiciones y barrieras, en cuanto la verdad y caridad abre los corazones para Dios y los hermanos.

(Silencio)

D – Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, 

T - soy como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 

D - Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la fe, de tal manera que traspasase los montes, 

T - y no tengo caridad, nada soy (1 Cor 13,1-2).

Verónica ha visto Tu Rostro, Señor, y la caridad la movió el corazón en ayudar. Haznos sensibles, Señor, para ver donde podemos ayudar, consolar y practicar obras de misericordia espiritual y corporal.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

 

El hombre vive de aquél amor que solamente Dios puede comunicar, habiéndolo creado según Su imagen y semejanza. Más que el pan, él necesita de Dios.

Toda injusticia tiene su raíz y origen en el corazón del hombre que no procura Dios, sino su ventaja personal; no es algo exclusivamente exterior, sino fruto de la connivencia con el mal. La soberbia coloca el yo por arriba y contra los otros.

(Silencio)

D – Lo que del hombre sale, aquello contamina al hombre. 

T - Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos (Mc 7,20-21).

Señor, liberta nuestros corazones de la auto-suficiencia y del fariseísmo que se considera justo delante de sí mismo. Danos la humildad, simplicidad y el reconocimiento de nuestros errores y limitaciones y de nuestra dependencia absoluta de Ti.

Octava estación: Jesús encuentra las santas mujeres

En medio de Sus sufrimientos, Jesús tiene compasión de las mujeres de Jerusalén. Su Amor divino piensa más en las necesidades de otros que en Sí.

El Amor divino se manifiesta en Su misericordia y piedad. Jesús paga el precio de nuestros pecados con Su Sangre, dando Su vida por nosotros. Este acto de expiación transforma la maldición en bendición: el Justo muere por el culpado, paga nuestra deuda y el precio de nuestro rescate, sacrificase, donase y Se entrega por nosotros. 

(Silencio)

D – Le seguía una grande multitud del pueblo, y de mujeres, 

T - las cuales le lloraban y lamentaban. 

D - Mas Jesús, vuelto a ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no Me lloréis a Mí, 

T - mas llorad por vosotras mismas, y por vuestros hijos (Lc 23,27-28).

Danos la fe y la humildad, Señor, para reconocer nuestra necesidad de dejarnos redimir por Ti y de aceptar Tu gracia de redención. Tu justicia es plenitud de caridad, de don y de salvación. Eternamente queremos agradecerte, oh Jesús, por Tu obra que realizaste por nosotros – ¡por puro Amor!

Nona estación: Jesús cae por tercera vez

 

Jesús cae de nuevo por las almas que no quieren reconciliarse. La paz solamente puede realizarse si se llega a una reconciliación interior. Contrastes irresolutos pueden causar explosiones de violencia que son contra la razón y contra la caridad y verdad. Procesos interiores de reconciliación, deseados y éticamente ordenados, tornan posible una nueva convivencia y un nuevo progreso para un futuro positivo.

(Silencio)

D – Es necesario que todos nosotros comparezcamos delante del tribunal del Cristo, para que cada uno reciba según lo que hubiere hecho por medio del cuerpo, 

T - bueno o malo (2 Cor 5,10).

Enséñanos, Señor, que el hombre no reconciliado con Dios está en discordia con la creación y el prójimo, y no está reconciliado tampoco consigo mismo. Haznos capaces de ver nuestra culpa y de pedir perdón en humildad. Y danos también la disponibilidad de hacer penitencia, de sufrir hasta el fundo por una culpa y de dejarnos transformar. 

Décima estación: Jesús es despojado de las vestiduras

 

Despojado de todo, Jesús es crucificado.

Despojarse de todo puede significar para nosotros: asumir el sufrimiento que exige la renuncia al propio tener razón, dejar la ilusión de ser inocente, dar el primer paso para la reconciliación y ofrecerla al otro, reconocer su culpa y pedir perdón. Jesús estaba sin culpa y Se dejó culpar y crucificar en nuestro lugar. Tal actitud es la reconciliación más perfecta y más efectiva.

(Silencio)

D – Somos embajadores de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en Nombre de Cristo: 

T - Reconciliaos a Dios (2 Cor 5,20).

Quita de nosotros, Señor, el espíritu de justificar nuestras faltas en vez de reconocerlas, de oponernos en vez de reconciliarnos, de vengarnos en vez de perdonar por caridad. Haznos instrumentos de Tu paz, de Tu reconciliación y de Tu Amor por los hombres. 

Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz

 

El Amor vivo de Dios es clavado en la Cruz. Sin culpa Jesús asumió nuestra culpa.

“El amor es la esencia del propio Dios, es el sentido de la creación y de la historia, es la luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre. Al mismo tiempo, el amor es, por así decir, el «estilo» de Dios y del hombre creyente, es el comportamiento de quien, respondiendo al Amor de Dios, orienta la propia vida como don de sí a Dios y al prójimo.” (Benedicto XVI).

(Silencio)

D – Nosotros hemos conocido y creído la caridad que Dios tiene en nosotros. 

T - Dios es caridad; 

D - y el que permanece en caridad, 

T - permanece en Dios, y Dios en él (Jn 4,16).

Oh Jesús, Tú eres el Amor encarnado que se revela plenamente en Ti como crucificado. Danos la disponibilidad de dejarnos crucificar por amor, imitando Tu ejemplo en nuestra vida.

Duodécima estación: Jesús expira en la cruz

 

En la Cruz, Jesús muere la muerte de Amor. Sacrifica todo: Su vida, Su Sangre – todo por puro Amor. No hay mayor amor que dar su vida por sus hermanos.

(Silencio)

D – Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado. 

T - Nadie tiene mayor amor que este, que entrega su vida por sus amigos. 

D - Vosotros sois mis amigos, 

T - si hiciereis las cosas que yo os mando (Jn 15,12ss).

Transfórmanos, Señor, por Tu Amor. Sácanos de nuestros malos costumbres por la disciplina de la voluntad orientada para el bien. No nos dejes caer cada vez de nuevo en los mismos pecados que Te crucifican de nuevo, sino haznos hombres nuevos animados por la caridad auténtica.

Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz

 

Muchas veces, después de la muerte de una persona, se revela su grandeza. El centurión exclamó: “¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!” Era muy tarde en reconocer esto, pero la gracia superó la ignorancia humana y lo llevó a la conversión.

Todo lo que Jesús hizo por nosotros, es fruto de Su Amor divino por nosotros, pobres pecadores. Ojalá, que la caridad sea lo distintivo de toda nuestra vida cristiana: que sepamos, como el Cristo, vivir y morir por amor, viviendo así nuestra fe con todas las consecuencias.

(Silencio)

D – Dios ha manifestado Su caridad para con nosotros, en que siendo aún pecadores, 

T - el Cristo murió por nosotros. 

D - Justificados en Su Sangre, 

T - por Él seremos salvos de la ira. 

D - Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, 

T - mucho más, ya reconciliados, seremos salvos por Su vida (cf. Rom 5,8-10).

Señor, toda la eternidad no basta para glorificarte y amarte suficientemente. Eternamente queremos cantar Tus alabanzas, Tu misericordia, Tu perdón y Tu Amor infinito.

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado

 

La vida de los Santos es un himno de caridad, un cántico vivo al Amor de Dios. En medio de la variedad de sus dones espirituales y características humanas, ellos eran, cada uno de su maniera, especialistas en el amor a Dios y a los hermanos, una traducción viva del Evangelio en obras prácticas. Ellos supieron morir al hombre viejo del pecado para vivir solamente para Dios y Su Reino.

(Silencio)

D – Por medio del bautismo hemos sido sepultados con Él para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, 

T - así también nosotros andemos en novedad de vida (Rm 6,4).

D – Ahora permanece la fe, la esperanza, y la caridad, estas tres cosas; 

T - pero la mayor de ellas es la caridad (1 Cor 13,13).

 

Señor, si todo acaba, Tu Amor jamás acabará. Haznos amar sin fin como Tú, a fin de que, muertos para el “yo”, vivamos eternamente para el “Tú”, amándote sobre todas las cosas para siempre. Amén.

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